Época: Primer franquismo
Inicio: Año 1939
Fin: Año 1959

Antecedente:
Economía: autarquía, estancamiento, desarrollo

(C) Stanley G. Payne



Comentario

La importación para la industria de sustitución registró grandes logros en los 50. El crecimiento real del PIB en un 7,9 por ciento entre 1951 y 1958 de pronto se convirtió en uno de los más altos del mundo. En siete años se dobló la producción industrial. Mientras, la agricultura era incapaz de ponerse a la misma altura, de modo que el porcentaje del total de la producción nacional bajó de un 40 por ciento en 1951 a un 25 por ciento en 1957. Aun así, la agricultura no estaba estancada ni mucho menos. La demanda hizo que subieran los salarios de los jornaleros por vez primera desde 1933. Entre 1950 y 1955, los salarios reales de los trabajadores agrícolas subieron en más de un 25 por ciento y seguirían aumentando en lo que quedaba de la década.
Pero era un crecimiento desigual y poco profundo. Durante años el sistema sufriría enormes parones en el desarrollo, especialmente en la red de carreteras y el transporte. La energía eléctrica se extendió mucho, pero la demanda crecía más rápido. El consumo se mantuvo en unos niveles muy bajos por la productividad limitada y los bajos salarios. Además, la calidad de muchos de los productos elaborados bajo la protección estatal para captar el mercado interno era inferior.

El aislamiento relativo respecto al comercio internacional limitó el mercado y la producción, así como la importación de bienes y tecnología necesarios. A mediados de los 50 un número considerable de plantas industriales y de herramientas se habían quedado obsoletas, mientras una industria cada vez más compleja requería bienes más elaborados y más caros que no podían producirse en casa. Los ministros del área de la economía del nuevo Gobierno de 1951 eran conscientes de que el laberinto de controles artificiales y el aislamiento -aunque no fuera total- de la economía mundial creaban presiones y restricciones que había que superar. Manuel Arburúa, Ministro de Comercio entre 1951 y 1957, quien muchos consideraban como la personificación de la corrupción inherente al sistema, de hecho era un reformista en algunos aspectos. Apoyaba la existencia de un mayor volumen de comercio exterior para lo que redujo las tasas variables de cambio de 34 a 6 y logró cerrar las cuentas autónomas de algunas agencias y reducir las de otras. El racionamiento de productos de primera necesidad terminó a principios de 1952 y empezó a desarrollarse el turismo. La importación se multiplicó por dos en los 50, simplemente por un consumo cada vez mayor de alimentos y otros productos para elevar el nivel de vida. Pero en comparación, apenas se tomaron medidas para promover la exportación, que había registrado un crecimiento del 15 por ciento entre 1947 y 1948, y luego de un 10 por ciento en 1950, pero se estancó en la década siguiente. El sistema básico de controles y restricciones siguió existiendo, junto con todas las distorsiones y el mal funcionamiento que acarreaba.

La ayuda americana supuso un estímulo importante entre 1953 y 1956, pero surgieron otras dificultades. El constante déficit público que hubo desde 1954 en adelante, creado por las cuantiosas inversiones estatales en el programa industrial semiautárquico, produjo altos índices de inflación. En 1956 el déficit alcanzó niveles de extrema gravedad. Las subidas lineales de sueldo que dio el Ministro de Trabajo falangista, Girón, tenían como fin fomentar el consumo y acelerar la producción nacional, pero lo que hicieron fue disparar la inflación. El Gobierno cada vez fabricaba más dinero, pero no estimulaba la agricultura, cuya baja producción hacía necesario que se trajeran los alimentos del exterior. La importación elevó el nivel de vida, pero al no diversificar y extender la base de las exportaciones, el déficit comercial llegó a tal punto, que el desarrollo futuro estaba seriamente amenazado. Aunque el número de desempleados continuó bajando de 175.000 en 1950 a 95.000 en 1959, el subempleo era un mal endémico. Era indispensable que hubiera inversiones de capital y nuevas tecnologías, pero tendrían que proceder del exterior, y sólo podrían conseguirse y pagarse si se llevaba a cabo una reforma económica que fomentara la producción para el mercado internacional.